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Estudiante de Periodismo, en su último año. Actualmente editor de Disorder.cl Ex colaborador de Cooperativa.cl, ex periodista de CtrlZ.cl y ex colaborador en el Diario La Hora. Participé en las ediciones especiales del diario "La Tercera": Anuario 2010 y 60 años.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Tercer Trabajo

Eduardo Solís Uribe, ex empleado del Mercado Matadero Franklin
“Con un carretón llevaba los corazones y las cabezas”
En los pasillos del Mercado Matadero Franklin el movimiento y el olor son tan intensos que las personas que vienen a abastecerse de mercadería intentan hacer sus compras rápidamente e irse inmediatamente. Entre este habitual flujo de clientes, carniceros y vagabundos, un viejo pequeño, canoso y casi sin dientes, se pasea llevando una carretilla con restos animales, haciendo una trabajo con el cual conoció de cerca, el ya extinto Matadero Municipal de Santiago.
Por Fernando Pérez G.


Son las 11 00 de la mañana y hay muy poca gente circulando. Sólo algunas mujeres con bolsas en las manos y además, hombres vestidos haraposamente. El ambiente huele a carne y sangre. Al lado de una carnicería se abre una reja que conduce a un pasillo oscuro y angosto. De a poco, lentamente, aparece un anciano gibado, acarreando una carretilla con los restos de lo que alguna vez fue un animal. Por la característica nariz que tiene la cabeza se deduce que era un cerdo. Es lo único que se puede reconocer entre los huesos ensangrentados y las extremidades despellejadas que se apilan en la carreta. El anciano se detiene un momento, saluda a un hombre situado detrás del mostrador de una de las tantas carnicerías que existen en el antiguo Mercado Matadero Franklin.

Eduardo Solís Úbeda (80), “El Rucio” como le dicen en el mercado (antes tenía el pelo rubio/anaranjado), y es una de las pocas personas que trabajaron en el antiguo Matadero Municipal de Santiago, que fue por muchos años el lugar más característico del tradicional barrio Franklin. Sólo unas pocas personas recuerdan que, antes de los actuales “persas” de ropa, artículos tecnológicos y muebles, lo que movía a estas calles eran las matanzas de animales y el lucrativo negocio de la carne.

Lo que dice la historia
A mitad de Siglo XIX, Santiago era una ciudad con un crecimiento dinámico y acelerado. Las nuevas y periféricas calles de la capital se iban convirtiendo en barrios residenciales y así se utilizaban los más cercanos al centro como barrios comerciales y administrativos.

Es en este contexto que en 1847 se construye el ya inexistente Matadero Municipal de Santiago, al cual se le atribuye el verdadero nacimiento del conocido y popular barrio Franklin. En 1973, y luego de una serie de proyectos para mejorar la calidad y la sanidad de la industria agropecuaria, el lugar fue cerrado y reemplazado por el Matadero “Lo Valledor”. Desde entonces, nada volvió a ser lo mismo para el barrio. Ni para Don Eduardo.

“El Rucio”, se refiere a ese pasado con nostalgia, ya que se ha estado prácticamente toda su vida en este lugar (comenzó a los 12 años), y hace notar el cambio que sufrió el ambiente y la cantidad de compradores cuándo acabó el matadero. –Antiguamente, los tiempos eran distintos, mejores que ahora. Antes, a las cinco de la mañana andaba gente que con un canasto, canasteros le llamaban, que salían a vender guatas y una pila de cuestiones. A las cinco de la mañana ya había público aquí. Y ahora apenas a las siete–.

Recuerdos de matanzas
El Rucio nunca fue matarife, ya que siempre hizo lo mismo con lo que hoy sobrevive: cargando los desechos y la basura de los locales y a veces, haciendo fletes entre carnicerías. –Al principio acarreaba agua y con un barril mojaba un saco que se les ponía a las pilastras en donde estaban las verduras, para que amanecieran frescas al otro día–.

Fue en el año 1945 cuando Eduardo llegó al matadero. –Andaba con un carretón de mano llevando sus productos, le exigían a uno el carretón enlatado, y me pasaban las panas, los corazones, las pajarillas para traerlas al matadero–.

Ahora, le debe su supervivencia a las relaciones hechas durante su juventud. –Cuando esto se quemó hicieron todo lo nuevo –cuenta–, pero, yo tenía contacto con los dueños, igual que ahora que les saco los huesos y todo, así ellos me dan monedas–.

Desde entonces todos sus días los dedicó al matadero y, actualmente, a las carnicerías que necesitan de sus servicios.

En los años en que Eduardo trabajaba para el matadero, los alrededores estaban llenos de restaurantes, “quintas de recreo” y prostíbulos, en los que El Rucio y sus colegas acarreadores salían a divertirse.

En una entrevista publicada en un diario, Eduardo dijo: –Éramos como quince acarreadores de subproductos y ahí con algunos íbamos a chacotear. Salían cuestiones de carne, mandábamos a hacer el asado y las pichangas, y harta tomatera –relató.

Ahora, al vigoroso anciano sólo le queda su carretilla y los recuerdos de un pasado glorioso. El cree que seguirá aquí hasta que se muera. En aquella misma entrevista, contó: –Todos mis amigos de acá se han muerto. Gente antigua queda muy poca. Yo empecé con tatarabuelos y abuelos de personas que hoy día están aquí. Yo aquí sigo igual, hasta que dé el cuero nomás, hasta que El Caballero me diga vamos–.

En pocos días más “El Rucio” estará de cumpleaños de trabajo. –Voy a cumplir el 2 de octubre 68 años aquí –dice, demostrando una memoria envidiable–. A lo mejor, llego al centenario –aventura, entre carcajadas.

Sin dejar de caminar, Eduardo se pierde entre la gente, en uno de los tantos corredores que conoce desde pequeño, empujando al igual que en su niñez, una carreta llena de desperdicios.

1 comentario:

Miguel Paz dijo...

Un offtopic estimado: soy periodista, no columnista. Gracias por el link. Suerte.